jueves, 13 de enero de 2011

Fe y Tradición

El pasado 10 de Noviembre, Día de la Tradición, Quito Salzmann, junto con un grupo de amigos y familiares, peregrinó a caballo hasta la Basílica de Luján para visitar a la Virgencita.
Aquí, algunos pormenores.

Amaneció fresco ese día, los caballos sumaban aperos y los jinetes, ansias. Juntos emprenderían una larga caminata hasta la ciudad de Luján. Los esperaba una jornada que les demandaría una gran esfuerzo pero que le auguraba el reconfortante hecho de llegar según lo propuesto.

Como todos los años, el dirigente justicialista Enrique "Quito" Salzmann, organizó la habitual peregrinación a caballo para visitar a la Virgencita de Luján. En esta oportunidad lo acompañaron familiares y amigos que, desde muy temprano, se aprestaban a partir. Se dice que la distancia se acorta si se la transita en racimo, acompañado; por eso será que en estas marchas lo importante es comenzar, luego, entre amigos, charlando un poco, rezando otro, se hace más fácil el ir de camino. Así partieron, enancados en la tradición y arriando rezos.

A mitad del periplo, en un monte, se impuso el momento de refrescarse un poco, darle descanso a los animales y tomarse unos mates amargos frente a un improvisado fogón.

Vueltos al peregrinaje, sabiendo que se está más cerca de llegar que de salir, los pensamientos enfocan el alma y se revisa el listado de motivos, las verdaderas intenciones del viaje emprendido: La familia, la salud, el trabajo, el pueblo, los amigos, los proyectos... Y a medida que se repasa la lista van apareciendo nombres, se visualizan rostros, surgen ideas, ya no se respira con los pulmones sino con el corazón... Y la marcha prosigue. Cada vez más cerca... Y de repente, se las ven, inequívoca señal de la proximidad, como dos manos extendidas al cielo, llamando la atención del peregrino, alentándolo, esperándolo: Las torres de la Basílica se yerguen puras, símbolos de la conexión del lugar terrenal con el celestial, manifestando la grandeza de lo que se encuentra en su interior. Entrar al templo, sacarse el sombrero, mirar humildemente a la Virgen, respirar profundo, cerrar los ojos, agachar la cabeza, agradecer, pedir... Parece un protocolo a cumplir, pero es nada más que la realidad, es lo que hacemos todos los que vamos a Luján. Nos permitimos pensar, imaginar, creer que en ese momento estamos solos, la Virgen y uno. Y en ese exclusivo instante la fe nos postra confiados ante Nuestra Madre y surgen los agradecimientos y peticiones mientras entrelazamos algún Padre Nuestro con un Ave María.

Caída la noche, luego de reponer fuerzas, los peregrinos retornaron a sus casas. La promesa estaba cumplida y la Virgen Gaucha (Nadie mejor que ella para ser llamada así ya que supo manejar a su antojo a los bueyes de la carreta que la conducía cuando quiso quedarse a vivir a orillas del río Luján), fue testigo de esa intrínseca unión entre la Fe y la Tradición.

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